Entonces vi que ya ebria en la viña de París
Vendimiaba la más dulce uva de la tierra
Esos milagrosos granos que en las parras cantaron.
Guillaume Apollinaire, “Vendimiario”, (Alcoholes)
Estar drogado, es locura o autonomía de la razón o estar más allá de ellos: un tercer estado. Una oposición cultural –y tal vez negativa para la salud- no patológica, es decir no fuera de la normalidad.
La droga en su utilización, en la civilización oriental, tenía por función esencial rescatar al hombre de la loca ilusión de que el mundo existe y revelarle otra realidad que era el aniquilamiento del individuo.
En nuestros días se trata de re-encontrar en uno mismo las posibilidades internas de la locura. (Michel Foucault)
Recuperar a través de la razón del mundo una locura individual de la que somos poseedores involuntarios. Exponiendo a la crítica todo en sus significantes: el lenguaje, lo que vemos, oímos y sentimos, es decir, la aparente realidad misma o nuestra racionalidad, lo que somos y lo que significa.
Incluso en la exploración con las drogas, queda el análisis de la soberanía del sujeto y su consciencia, diacronicidad y sincronicidad con su espacio-tiempo cultural e histórico.
Se rompe un límite de la ilusión sobre el cogito, el cual queda desplazado sobre infinitas desviaciones que parecen objetivas estadísticamente.
Es decir percepciones que estadísticamente tienden a uno y los demás no participan de ello considerándolas fuera de la norma y por ello patológico.
Hay que analizarlo desde una dialéctica del contexto de cada dominio, el del sujeto y el de la sociedad y su cultura integrando y dejar ejercer sus efectos en ambos sin incompatibilidades, y en los límites dentro de los cuales cada uno ejerce sus actividades y que sea posible anular el problema.
La droga comprendida como experiencias de disolución, la desaparición, la negación del sujeto (hablante, erótico, racional, etc.), también es un estado, una posibilidad misma de emitir una re-significación rigurosa a la estructura y su discurso.
La droga es ahora íntegramente reducible a la política, lo mismo que la sexualidad o el aborto, por eso la droga es política, y permite las operaciones políticas más diversas y peligrosas.
Se discute si el consumo se incrementa o no, si da ventajas económicas, si se le debe cobrar impuestos o no con su legalización, si debe haber monopolio del estado o libre comercio de ella en su comercialización.
¿Se piensa en el hombre?
¿O solo es un elemento más de apropiación de poder?
¿Filosofar sobre la droga es diagnosticar el presente de una cultura?
Debe haber una relación entre consumo individual, salud, y economía sin apoyarse jamás en una idea de hombre. No se puede definir la felicidad de los hombres y realizarlo o el óptimo funcionamiento social.
Pero si el hombre ha encontrado y fabricado sustancias –las drogas- con efectos fisiológicos y psicológicos, que son unos venenos deliciosos, por medio de los cuales, se han construido, en medio de un mundo hostil, sus paraísos breves y precarios, es para poder seguir resistiendo y persistiendo en la misma sociedad-cultural que lo aliena.
Así, Santa Teresa de Ávila, nos describe una comparación entre el parecido de la ebriedad y los estados místicos antes que William James (Las variedades de la experiencia religiosa, 1.902): “Ve el centro de nuestra alma como una habitación a la que Dios nos invita cuanto le place para intoxicarse con el delicioso vino de su gracia”. Es decir un estado de drogadicción o intoxicación divina. Así la conciencia ebria es una parte de la conciencia mística. La experiencia mística es doblemente valiosa; porque otorga a la experiencia una mejor comprensión de sí mismo y el mundo, y porque lo puede ayudar a llevar una vida menos egoísta y más creativa.
También es una forma de escapar de la pasión de nuestra individualidad, una llamada a la auto-trascendencia, por eso los ejercicios espirituales, el yoga, y también al alcoholismo y otras drogas que influencian la mente y la psicología de las personas son estrategias que se usan desde hace milenios con ese fin.
De esta manera la droga puede ser una bendición en determinadas situaciones (un ansiolítico por ejemplo) para también está cargada de graves riesgos a la salud y políticos.
La euforia o felicidad químicamente inducida, puede con facilidad convertirse una amenaza para la libertad individual.
La droga acaba por el desmoronamiento moral y físico del adicto y éste con desesperación reconoce que es mejor emplear la energía humana en la creación, que en la destrucción, y por eso se esfuerza en abandonarla, deseando un futuro distinto, crecido en sabiduría, sabiendo que ni una u otra es la imagen justa de la vida humana. También sabiendo que es un juguete mecánico que el todo poderoso estado le da cuerda.
Se es extraño hasta el límite de lo extraño. No se debe entrar en una moralidad mecánica, porque el ser-humano reboza de jugo y de dulzura como diría Anthony Burgess, el adicto necesita de la droga para mantener un metabolismo de la droga y de ese modo impedir el penoso y doloroso retorno aun metabolismo normal y a un mundo hostil del que se ha escabullido, la necesita para tomarse vacaciones de la realidad de sus experiencias aburridas y generalmente desagradables e intolerables, unas vacaciones fuera del espacio y del tiempo en la eternidad del sueño del éxtasis. En cualquier parte. En cualquier parte fuera del mundo.
La droga también pone de manifiesto todo lo falso, obtuso y depravado de la hipocresía social y de la cultura: los abusos de poder, el culto al héroe, la violencia, la obsesión materialista, la intolerancia, y que el escape momentáneo de todo eso con las drogas lleva a la destrucción por ella, un círculo vicioso y perfecto de la esquizofrenia capitalista.
El mejor modo de prevenir que la gente se vuelva adicta a las drogas es que la sociedad sea equitativa, en sus aspectos más duros de la organización colectiva: lo económico, educativo, es acceso a la salud, y la igualdad de derechos sobre todo de expresión y crítica de esa misma sociedad que lo aliena y le genera malestar.
Los resultados de la prohibición no son alentadores. La política de tolerancia total y disponibilidad irrestricta tampoco es la solución.
Nos relata Thomas De Quincey: “…Hace unos años, al pasar por Manchester, varios fabricantes de algodón me informaron que sus trabajadores estaban contrayendo rápidamente la práctica de comer opio, a tal punto que las tardes de sábado los mostradores de los boticarios estaban cubiertos de píldoras de uno, dos, o tres gramos en previsión de la demanda a la noche. La causa inmediata de esta práctica eran los salarios bajos que, en ese momento, no les permitían tomar cerveza o licores; de subir los sueldos, cabía suponer que esta práctica cesaría, pero, como no creo que ningún hombre, tras haber probado una vez los divinos lujos del opio, descienda después con facilidad a los groseros y mortales goces del alcohol. Doy por sentado”.
Durante los primeros años del siglo XVIII, en Inglaterra, la ginebra barata libre de impuestos –ebrio por un penique, borracho perdido por dos-amenazó a la sociedad de su tiempo con la desmoralización más rápida.
La prohibición absoluta nunca podrá imponerse, y tiende a crear más males de los que cura.
Un ejemplo es México y el narco-terrorismo.
También es cierto que ha muerto más gente por la bebida y las drogas que por la religión o las guerras.
A pesar de todos estos importantes obstáculos, la experiencia histórica desde los años sesenta del siglo pasado, en que, comenzó el consumo masivo de droga, hay algo revelador y es que las leyes no parecen ser un factor subyacente que determina el consumo. Como ejemplo alcanza Holanda que con leyes liberales tiene menos consumo que Inglaterra que posee leyes más estrictas. Portugal desde que despenalizó las drogas su consumo descendió.
En América Latina y México incluído, el consumo es menor que en Estados Unidos de Norteamérica. Aunque se ha elevado el consumo mucho en los últimos veinte años.
A juzgar por la experiencia histórica, es probable que el consumo aumente en estos países hagan lo que hagan los gobiernos.
La fórmula marxista: la religión es el opio e los pueblos, es reversible, y podría decirse que, las drogas es la religión de los pueblos. (Aldous Huxley)
Las drogas son parte de la globalización y de las modernas sociedades de consumo. Esto redundará en beneficio del narco-tráfico y volverá más apremiantes la reforma de la política sobre las drogas.
Legalizar las drogas no es afirmar que sean buenas ni mucho menos. La mayoría de los consumidores no son adictos problemáticos, como no lo son los consumidores de alcohol. Pero eso sí, entregan todos los recursos económicos al crimen organizado.
Los miles de millones de dólares que se gastan para combatir el narco-tráfico, se podrían convertir en mayor cantidad equitativa de puestos de trabajos, educación, prevención y rehabilitación.
Es sabido que el adicto se criminaliza o prostituye para obtener dinero para seguir consumiendo. El principal cambio en ese mundo es la despenalización del consumo, ahorra dinero a la policía y deja de castigar a los adictos.
La disminución del consumo viene de la mano de: el aumento de la tasa de ocupación laboral sólida, la integración cultural y educativa, de la educación superior, y el fomento del deporte ético, el dinero para el sostenimiento inicial vendría de los miles de millones de dólares que se utilizan para combatir las drogas y de los impuestos que cobrarían a su industria (como al tabaco o al alcohol).
La lógica capitalista esquizofrénica dice que es imposible el pleno empleo y con sueldos dignos, y conseguir ganancia, luego la educación, la salud y la cultura no están al alcance de todos.
Para evadirse de la miseria están las drogas, para combatirlas las agencias de seguridad, los ejércitos, la policía, el capital funciona y fluye en forma ilegal y legal, y se retroalimenta, vendiendo armas, drogas legales e ilegales, insumos para combatir el narcotráfico: helicópteros, aviones, todoterrenos, equipos de comunicación, informática, satélites, etc.
Incluso investigación científica y médica y hospitales especializados y generales y centros de rehabilitaciones pero para pocos porque siempre son escasos.
Corregir las desigualdades sociales disminuiría muy significativamente el consumo masivo de drogas, si se le suma la legalización dejaría además de ser un negocio multimillonario para pocos y poco atractivo para arriesgar fortunas, como consecuencia disminuiría el crimen y bajaría el costo de salud.
Escribió Burroughs: “La droga es una gran industria. Recuerdo una conversación con un norteamericano que trabajaba en la comisión para la fiebre aftosa en México.- ¿Cuánto durará la epidemia? Pregunté.
-Mientras podamos hacerla durar…
Si tal vez surjan otros focos en Sudamérica. Dijo como soñando”.
La droga es el producto ideal… la mercancía definitiva. No hace falta literatura para vender. El cliente se arrastrará por una alcantarilla para suplicar que le vendan… el comerciante de drogas no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. No mejora ni simplifica su mercancía. Degrada y simplifica al cliente. Paga a sus empleados en droga. (William Burroughs, El almuerzo Desnudo)
Las drogas generan pingues ganancias de las que hacen ostentación “los señores de la droga” ante la pobreza y la miseria de los otros.
Frente a las palabras censurantes y la legislación represiva, el hábito de consumo de drogas persiste, y las drogas que transforman la mente están disponibles en cualquier parte.
Todos los narcóticos, estimulante, relajantes y alucinatorios naturales conocidos por los botánicos y farmacólogos fueron descubiertos por el hombre primitivo y han estado en uso desde tiempos inmemoriales.
Las drogas son tan peligrosas tanto como para la salud del adicto, como para la sociedad, si es usada como instrumento de estrategia estatal.
El fenómeno másico de la drogadicción es una forma de manifestación de una realidad netamente capitalista-esquizofrénica. No es posible juzgar y apreciar la naturaleza de esa realidad social (de maneras que pueda suscitar preguntas erróneas pero perfectamente comprensibles acerca de la verdad y la falsedad de las acciones políticas sobre ellas) sin yuxtaponerse con otros momentos de la realidad social e histórica.
La realidad no es una mera combinación de materia y mente; que en el mejor de los casos, pueda dar un enfoque materialista o idealista. Hay una tercera cosa de las otras dos dimensiones, y que se distingue de ellas, no es individual sino colectiva: la objetividad social, que puede ser fantasmagórica del objeto de valor, no se trata de una ilusión puramente subjetiva, ni caprichos individuales, sino un hecho social que se desatiende a nuestro propio riesgo en una escenificación hipotética y completa, pero con un trasfondo oculto de una dialéctica política-económica y social capitalista y esquizofrénica, con una disociación total de objeto, de valor, de sentido, de calidad y estilos de vida, de seguridad colectiva y bio-políticas de Estado.
Entonces se lo percibe como una reificación figurativa no objetiva del mundo real y que des-humaniza al hombre.
Otra sociedad es posible. La igualdad, la equidad, la fraternidad son el motor. Si se quiere aniquilar el consumo masivo se tiene que empezar por la base de la pirámide, los millones de adictos en las calles. El trabajo, la educación, la cultura masiva y diversificada en todos sus aspectos es alentar la libertad del hombre. El hombre libre es muy raro que se esclavice a una sustancia de control químico por propia voluntad.
Gustavo Alberto Calivari.
g_calivari@yahoo.com.ar "> g_calivari@yahoo.com.ar
BIBLIOGRAFIA
1-Apollinaire, Guillaume: Alcoholes. Cátedra. 2011. Madrid.
2-Burgess, Anthony: La Naranja Mecánica. Minotauro. 2010. Bs. As.
3-Burroughs, William: El Almuerzo Desnudo. Anagrama. 2012. Barcelona.
4-De Quincey, Thomas: Confesiones de un Opiófago Inglés. Losada. 2008. Bs. As.
5-Grillo, Ian: El Narco. Tendencia. 2012. Barcelona.
6-Foucault, Michel: ¿Qué es Usted Profesor Foucault? Siglo XXI. 2013. Bs. As.
7-Huxley, Aldous: Si Mi Biblioteca Ardiera Esta Noche. Edhasa.2011. Barcelona.
8-Jamenson, Fredric: Representar El Capital. FCE. 2013. Bs. As.
Gustavo Alberto Calivari.