El Almacén de María

En la esquina de un pequeño pueblo, del mal denominado interior del país, existe un viejo almacén llamado “El Silencio”. Su dueña doña María, enviudó hace algunos años, a su compañero la muerte no lo sorprendió, le avisó con tiempo, que tenía que viajar en pocos meses a otro sitio bastante más lejano que su actual morada.
María con su rostro surcado por la vida, atrincherada detrás de un largo mostrador de mármol, no oculta su tristeza, ya que 36 años juntos no se olvidan jamás. Sin embargo, ella continúa con su rutina, dos por tres, alguien pasa por allí a beber un trago de caña, marcela o un tinto sodeado, éstas son sus companías a diario, y su contacto con el mundo que existe fuera del suyo.
“El Silencio” posee desde uno de sus pequeños ventanales contacto directo con el campo, desde el otro, se observa una calle de tierra, por lo general embarrada, sobre la cual en algunos momentos del día pululan una que otra alma que reside en el pueblo. Sobre su puerta principal, un cartel despintado por el tiempo, obra de partida de nacimiento, ya que el mismo esta allí desde sus comienzos.
Dentro de las particularidades del almacén se destacan, algunas mesas redondas cercadas por sillas envejecidas, una caja registradora de bronce con teclas que no funcionan, estantes espejados con diferentes botellas y un viejo pool, que en épocas de gloria, era el escenario de torneos y discusiones interminables, hoy con una leve inclinación hacia la izquierda, es nada mas que otro viejo mueble en desuso. Los lugareños comentan que no es aconsejable jugar solo sobre el paño de “El Silencio” ya que uno puede ser sorprendido por la presencia de un contrincante difícil de vencer, un hombre gris del cual nadie sabe su paradero, pero cuando alguien habilita el paño para jugarse la vida en alguna partida, el siempre esta allí.
Pero esa tarde de jueves no fue una mas. Aquella tarde -noche lluviosa una dama de cabellos ondulados, escote profundo, sensual cadera y piel morena, tomo un vaso de vino y se dirigió a la vieja mesa de juego en desuso. Luego de mirarla un momento, decidió enfrentarse a si misma, eligiendo las rayadas como indumentaria de su equipo. Luego de colocar una moneda, las bolas corrieron a un extremo para ser ordenadas. En ese preciso instante escucho una voz que le decía: yo voy con las lisas.
Sorprendida, al levantar la cabeza, observo en el extremo contrario de la mesa a un caballero alto, de cabello corto aparentemente rizado con una galera roja, piel demacrada, traje gris y bastón verde.
Sin salir de su asombro, la dama miro a Maria, pero esta ya no estaba detrás del mostrador, observo nuevamente al caballero y le dijo: bien, pero rompo yo.
Luego de un golpe seco, las bolas colonizaron el viejo paño, destacando que una de ellas, la 8, se poso en el centro del mismo. El caballero gris dejo su bastón a un costado y el juego comenzó. Pasada ya media hora, eran solamente cuatro las bolas que corrían sobre el paño, dos a rayas, una lisa y la 8. Levantando la vista y dejando entrever su escote antes de realizar su tiro, la dama observo al caballero gris y le preguntó: ¿hemos apostado algo?, el con una mueca de sonrisa en su rostro respondió: ¿una noche juntos?, la dama le correspondió con una sonrisa.
Ya sin su vaso vino e insegura de si misma, ella ofreció su mejor golpe, la blanca golpeó una de rayas, ésta por banda ingreso en uno de los agujeros centrales, era un hipotético empate. Seducida por la situación y su gran golpe, centro sus energías en el próximo tiro, no sin antes levantar  nuevamente la vista, esbozar una sonrisa, y preguntar al caballero de la galera roja: ¿doblamos la apuesta?, este asintió inclinando levemente su cabeza.
Si usted caballero pierde o se vende me invita otra copa, pero en el lugar que yo decida… en caso contrario yo ya se cual es mi prenda. El caballero sonrió nuevamente.
Eran las tantas y la única luz que iluminaba “El Silencio” era la de una lámpara amarillenta que colgaba sobre la mesa de juego. Su próximo tiro no fue tan afortunado, ella emboco su bola rayada como así también la lisa del caballero. Solo quedaba la 8.
Luego de un tenue golpe para acercar la 8 a su agujero, era el turno de él, este se quito su galera roja depositándola sobre uno de los bordes de la mesa, tomo su taco y aprovechando la leve inclinación de la mesa depositó la bola negra frente a su agujero, levantó la vista y con un gesto de satisfacción dijo a la dama: su turno.
La dama sin dudarlo un instante, tomo su taco, golpeó la blanca y ésta la negra, depositando las dos en el agujero incorrecto. Se había vendido.
Ambos se miraron y sonrieron, él se colocó su galera roja, tomó su verde bastón con la mano izquierda y con la derecha estrecho la mano de la dama. Alguien los vio salir de “El Silencio” aquella noche de lluviosa, y nunca más se supo de ellos.
Al día siguiente, llegado el mediodía, los lugareños se enteraron de que doña Maria había muerto la noche anterior sobre el paño verde de su vieja mesa de pool inclinada.

 

Ariel Blanc (Rulo) 2007.-