El Infierno

 

Muchos dicen que no es difícil llegar al infierno en algún momento de la vida. Toribio Ducret, un viejo inmigrante que vive frente a la casa de la Coca, dice haber llegado a dar con los pagos del mismísimo Belcebú, cada noche cuando venía en barco para América, allá por el 35. Entre el olor a podrido, el bamboleo del barco y la miseria, eran un infierno esas noches. 

Otros cuentan que arribás haciendo trampa o tomando siempre los atajos, tirándote las cartas españolas más de 5 veces en un año sin dejar comisión a la médium, o pidiéndole al Sr. de la Muerte correntino y no cumpliéndole la promesa. 

 
Mamá llegaba a la ciudad de Satanás todos los veranos, sobre todo por la siesta. La vieja, en un concierto de rezongos, maldecía los santos y decía: ¡esto es un infierno!, mientras traspiraba la gota gorda en la cocina.
 
Ahora, llegar al infierno y encontrarse con el presidente municipal del mismo, en la previa de navidad, en un bar de pueblo, a las nueve y media pasadita y jugando al truco, es poco creíble, ¿no les parece? Bien, esto es lo que le paso al Beto aquel  24 de diciembre en “El silencio”.
 
Al principio pensamos que era el vino, vio que se dice que el vino fino en botella no hace doler la cabeza y no emborracha; bueno, por el contrario el de caja, con soda y medio tibiongo, tiene la maravillosa virtud de dar felicidad por un rato. Eso sí, luego provoca algunas actitudes dignas de borracho. Pero no, no fue el vino, ya que todos estábamos tomando desde las nueve, y nadie a excepción del Beto, vio nada.
 
El Rubén dice que quizás fueron las cartas, porque estaban todas ajadas y marcadas, pero según el marido de María, venían jugando hace como un año con ese mazo y nunca pasó nada. 
 
Yo hasta el otro día creía que era el mismo juego, vio que el truco lo enreda en esa competencia de mentiras y engaños, y mucha gente ha llegado a perder la noción del tiempo y la vida de mano en mano. Pero luego de analizar el hecho varias veces, el veinticinco en misa, arribé a la conclusión de que lo del Beto debe haber sido un bajón de azúcar en la sangre o algo de eso.
 
El caso fue así: estábamos haciendo la previa de navidad jugando a las cartas en “El silencio”, un modestísimo bar del pueblo, truco de cuatro, a 24 y se podía salir con flor. El Rubén y yo éramos pareja (pal juego, eh!… aclaro para evitar confusiones). El Beto jugaba con un parroquiano entrado en edad, que aún no sabemos si era un tic o qué, pero a cada rato miraba las cartas, lo miraba al Beto, miraba al bolichero y cabeceaba, segundos después llegaba el próximo vaso de vino de manos del marido de Maria.
 
El Beto además de sordo, y de esos sordos jodidos porque cuando quiere escucha, es re mentiroso. Si dice buen día hay que desconfiarle, capaz afuera viene un ciclón. El tema es que estaba en su salsa, cantaba envido con 6, te apuraba en el segundo con dos sotas y encima el parroquiano, entre vinos y sonrisas, asentía y festejaba las jugadas del Beto a cada rato.
 
A ellos le faltaban 3 para salir de las buenas, y nosotros con el Rubén seguíamos durmiendo afuera y sin cobija.  El Beto mezcla un poco, “pa dejarlas cruditas” como decía mi viejo, Rubén corta y el Beto da. 
Otra mano de mierda para mí, el Rubén estaba a las señas, asique fui con un cuatro. El parroquiano juega un rey pa apurar, el Rubén lo mira al Beto y le dice: 
- Esta noche es navidad y entre los regalos que le llevan a Jesús hay una flor.- fue un cantito con poca rima pero efectivo. 
- Contraflor al resto y con tu hermana me acuesto. – le contesta el Beto como si nada. 
Luego de la contraflor impune del Beto, mi cara de asombro, la bronca desnuda en el rostro del Rubén y la carcajada del parroquiano, es donde la cosa se hizo confusa…
La música empezó a sonar mas baja, me acuerdo que estaban pasando en la radio un tema del Leo Matioli, la luz se apagó, y la María empezó a gritarle a su marido que buscara las velas. Habrá sido un minuto o dos, no se veía nada, solo se escuchaba el murmullo de la María y el marido discutiendo por las velas.
Cuando volvió la luz, el Beto estaba blanco como la harina. Le preguntamos que le pasaba, y lo único que decía era “no quiero”. Miramos al parroquiano y seguía festejándole las cosas como todo el partido. Arrugó, pensamos con el Rubén y nos anotamos 5 porotos.
De ahí en más ligamos todas las manos y lo dimos vuelta, al Beto ni pa mentir el envido le daba.
Pagamos y nos fuimos cada cual a su casa a comer. El parroquiano fue a la barra por la última y nos cabeceo tipo saludando antes de que salgamos.
El 25, después de la misa, nos encontramos en lo del Rubén para salir a dar una vuelta. El Beto seguía bastante pálido y con una cara de asustado que ni le cuento. Le preguntamos de nuevo que le pasaba, y nos relato con escasos detalles su arribo a la tierra de las tinieblas durante el partido. 
Dice que cuando echó la contraflor y se corto la luz, sintió que lo tiraban desde abajo, le tiraban las patas y empezó a sentir los pies fríos, muy fríos.
Miró, y estaba parado en un pequeño círculo blanco inmerso en un enorme rectángulo verde de césped. Hacia los costados, paredes de alambre olímpico rodeaban y techaban el rectángulo. Por detrás de éste, había tablones de madera que formaban grandes tribunas que rodeaban el lugar. En los extremos derecho e izquierdo se erguían dos rectángulos blancos forrados por detrás con una malla de nylon. Si bien el Beto estaba cagado, no dudó ni un instante: era una cancha de fútbol cinco.
Estaba casi solo, nadie en las tribunas, ni un alma, ni un papelito, el cielo estaba medio nublado y cuando asomaba el sol le achicharraba el lomo. 
En la cancha estaban El, la terna arbitral y una pelota numero cinco roja con vivos amarillos, que parecía esas plásticas que venden en las casa de todo por dos pesos.
Uno de los jueces de línea parecía Castrilli, o habrá sido del mismo cagazo que lo veía así. Era de cara angulosa, flaco, medio narigón y bastante alto. Estaba todo vestido de negro, todo, lo único que se le veía era la cara y en lugar del banderín llevaba un palo de amasar con clavos.
El otro, por el contrario, era más bien petiso, gordito, lomo ancho, piernas robustas pero bien de catre, la ropa negra le quedaba al cuerpo, más bien chica, tenia cara de gordo hijo de puta y sonreía burlonamente todo el tiempo. Este tampoco llevaba banderín, lo acompañaba en su mano izquierda un taladro eléctrico desenchufado con una mecha en tridente, según el Beto parecía un rústico volante central retro, tipo el “Tolo” Gallego.
Para su asombro y cagazo, el árbitro era su compañero de truco, el parroquiano que le festejaba las mentiras. Pelo cortito con raya al costado, barba de varios días, camisa leñadora de cuadros azul con rojo de media estación, panza de vino y mucho pan, vaqueros medio sucios y mocasines marrones.
- Así que mintiéndole a tus amigos– le dijo el parroquiano. 
- ¿Y vos qué carajo haces acá?.– le preguntó el Beto, con gesto de desconcierto.
- ¿Cómo que qué hago acá, nene? esta es mi casa ¿o vos te crees esas boludeces de los religiosos que dicen que el infierno es puro fuego y que yo soy rojo, con cola larga y en punta de flecha?- contestó el parroquiano.
- Pero, pero… ¿quién puta te crees que sos?.... – replicó el Beto con más susto que desconcierto.
- Más respeto, nene. Cuidá la boquita que acá estás de visitante. Soy el Diablo querido, el Diablo. – respondió el parroquiano enarcando sus cejas y mirándolo fijo a los ojos.
Al Beto le subió un frió por todo el cuerpo y se quedo sin decir ni una palabra. Los dos líneas se pararon al costado de ambos, el más gordito a la derecha y el otro a la izquierda, y posaron para la clásica foto de archivo. 
A continuación el parroquiano saco una moneda de 50 centavos y con gesto de sicario que estudia su laburo, y le dijo al Beto: 
- Vamos hacer rápido el trámite, que elegís  ¿la casita de Tucumán o el número? 
El Beto seguía mudo del susto. 
- Hablás tanto con las cartas y ahora que tenés que decir algo… ni mu.  El que calla otorga nene, tendrías que saberlo -  dijo el parroquiano mostrando una falsa sonrisa a sus colaboradores. 
Puso la moneda sobre el dedo gordo de la mano izquierda y la sostuvo con el índice de la misma mano. Tomando envión con el brazo, de un sacudón la tiro al aire.
El Beto pálido y en silencio, miro la moneda dorada ir hacia arriba y pensó inmediatamente en su viejo, una de las personas mas influyentes en su vida, la que le había enseñado a jugar al truco y la que siempre le decía al finalizar cada partido: “acordate siempre Alberto, este juego es como la vida, hay que asegurar siempre los porotos y mentir lo menos posible”…
Cuando la moneda regresaba en caída libre desde el cielo y al Beto se le fruncía cada vez mas, empezó nuevamente a cantar Leo Matioli, y la luz del bar lo dejo ciego, así fue que pálido e encandilado dijo: no quiero.
 
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